Subestimados, a veces olvidados, los hermanos Gibb integran el listado de los artistas más exitosos de la historia, solo superados por los Beatles, Michael Jackson, Madonna y Elvis Presley. Pero vivieron en una montaña rusa de éxito y abismo.
Los tres Gibb formaron un grupo musical. Tuvieron que elegir un nombre para su banda y no fueron particularmente originales: se llamaron Brothers Gibb. Su padre utilizó los contactos que tenía y el conocimiento del ambiente para conseguirles fechas y apariciones en televisión.
Bill Gates los bautizó como los Bee Gees. Pero no se trataba del magnate de la informática sino de un DJ australiano. Como compartía iniciales con los músicos, mientras los entrevistaba dijo que en esa habitación había demasiados “BGs”. Esos raros momentos en los que se escucha una palabra, una frase, y se sabe que se ha encontrado un nombre definitivo, un título final.
Allí comenzó una carrera con altibajos, irregular, pero que conoció largas etapas de sucesos fenomenales. Subestimados, a veces olvidados, integran el listado de los artistas más exitosos de la historia, solo superados por los Beatles, Michael Jackson, Madonna y Elvis Presley. Más de una vez pareció que su carrera había terminado, que el suceso no volvería, pero ellos se repusieron. De casi todo.
Como buena banda de hermanos ellos tuvieron grandes peleas. Los principales contendientes eran Robin y Barry. Maurice era el conciliador, el que siempre tendía puentes, al que los otros buscaban como nexo.
El vínculo fraterno no impedía los celos y las luchas de egos. Si bien cada uno tenía roles en el grupo, muchas veces estos se intercambiaban. Los primeros grandes éxitos del grupo los consiguieron con la voz de Robin. Eso molestó un poco a Barry y llenó de soberbia a Robin. Él estaba convencido de que debía ser la voz principal de todos los temas. En 1969 la situación se tensó hasta la ruptura. Barry y Maurice, por un lado, Robin, por el otro, como solista. Robin, confiado en su genialidad, les dejó el nombre a los hermanos. No iba a necesitar de ellos. Sus planes eran demencialmente ambiciosos: dirigir cine, montar un musical, escribir un libro, grabar una trilogía de discos. Nada de eso funcionó.
Los discos que sacaron por su lado fracasaron rotundamente. Sin embargo, el encono era demasiado intenso como para admitirlo. Hasta que en 1970 se reencontraron en una fiesta familiar, el casamiento de Barry. El resto lo hicieron la madre y el alcohol. Antes de que los novios salieran de luna de miel, los Bee Gees habían logrado rehacerse. De inmediato consiguieron su primer número uno en Estados Unidos: How can You Mend a Broken Heart.
En 1978 los Bee Gees lograron tener, entre temas cantados por ellos y escritos pero cantados por otros, cinco de los diez más vendidos. Un récord sólo ostentado por Lennon y McCartney. El número uno del chart fue de ellos 25 de 32 semanas. Staying Alive, Night Fever, More Than a Woman, How Deep is Your Love. Se convirtieron, casi impensadamente, en los reyes de la música disco.
¿Cuál era el secreto de la banda? Cuando Los Bee Gees son buenos, son extraordinarios. Y a la vez pocos logran pifias tan cabales como ellos cuando se equivocan. Las letras muchas veces dan vergüenza ajena. Tiene, también, temas magníficos con nombres horribles –Fanny (Be tender with my love), por ejemplo-. Su megalomanía es una de las claves, el componente indispensable de las estrellas de la música. Es, en cierta medida, la historia del pop: jugar con los límites del ridículo, tomar un tema universal, simplificar, tamizarlo con poesía a la vez inmediata y duradera, música que se adhiere al cerebro vitaliciamente, que hace tamborilear los dedos y marca el ritmo con la suela de los zapatos contra el piso. El hit perfecto.